domingo, 19 de octubre de 2008

EL TOCAHUEVOS, PARTE 1

No tenía muchas ganas de encarnarme. Algo había salido mal en mi última vida, y acabé en un sitio llamado Auschwitz. Durante muchos días, días que parecían años, estuve empujando gente dentro de enormes naves, creo que las llamábamos "cámaras de gas", no lo sé, no me gusta recordarlo. Las mujeres gritaban y también había niños, aunque estaban todos tan delgados que apenas podía distinguirlos. El recuerdo de sus cabezas grisáceas, rapadas, uniformes todavía me conmueve, y vuelvo a oscilar entre el odio y el pánico... como un péndulo. Así oscilaban mis pies (me ahorqué de una viga) cuando abandoné mi cuerpo. 

Estaba seguro de que iba a ir directo al infierno, pero Satán no quiso reclamarme; deduje que andaría saturado de trabajo. Ahora no entiendo por qué me eché a reir, no lo sé, de algún modo, flotando entre brumas llegué a uno de esos limbos, de luz difusa, entre amarillo y gris, donde uno-una olvida y espera. 

Estuve allí por un tiempo, quizá demasiado corto, hasta que pude borrar los detalles de mi fugaz y doloroso paseo por la locura. Quizá hubiera sido mejor seguir a Nubia y hacerme gato. Vives menos de esos... años creo, pero se te hace más largo, posiblemente porque cuando eres un gato todo tiene sentido. Es la verdad. 

En algún momento de aquellos 20 años tuve un hijo. No recuerdo a la madre, fue una de esas cosas que exigía "La Patria", cualquiera sabe qué es eso... tampoco recuerdo a la mía, sólo su vientre. Puede que me abandonara. Pero a mi hijo si lo recordaba. Lo tuve una vez en brazos, un breve instante. O quizá fuera un hermano, o el hijo de otro. Uno de esos bebés que traían a los campos. No... no lo sé. Yo creo que era mío. No importa. El recuerdo de su aroma encendió una melodía cristalina y perfecta en mi corazón. Siguiendo sus acordes fue que volví al cielo.

Dios y yo nunca nos hemos llevado del todo bien. Quiero decir, me quiere, claro. Yo soy él y él soy yo. Por supuesto que hay afecto, y yo también le quiero... pero no acabamos de entendernos y al final siempre termino un poco "a mi aire".  A Dios esto no le gusta mucho... no le gusta nada, la verdad. Él... bueno para ser exactos Ello piensa que sólo él sabe lo que te conviene, cuándo encarnarte, y en qué, y qué tipo de experiencias te convendrían y ... yo soy de quienes prefieren decidir las cosas por su cuenta. 
Iria, mi alma gemela, no sé, no estoy muy seguro, quizá haya viajado con Nubia más veces, en fin Iria se ríe de mi diciendo que soy la parte de Dios que se cuestiona constantemente a sí mismo. 
Puede ser. A veces veo que se cansa de mi, pero es que yo le digo lo que pienso, soy sincero. A veces siento que Dios me mira con esa cara, la de "no me toques más los huevos"...
Soy el hijo pequeño. El que da problemas. El tocahuevos. 

A pesar de todo, terminada esa existencia miserable, la de los gritos de pánico y el horror estaba tan cansado y dolido... yo mismo era una estatua de cenizas. Dios me recibió con doble dosis de dulzura y me acostó en una nube blanca, mullida, fresca como el musgo tras la tormenta. Había otros como yo pero no podía tocarles desde donde estaba. Tanto mejor. Mandaron a las flores a cubrir mi campo de energía... vosotros diríais mi cuerpo. Yo tengo un vínculo con ellas, en especial con las violetas. Una vez viví como una agrupación de plantas silvestres, me abría en muchas flores diferentes, escalaba un muro con mis ramas. Estuve muy a gusto, la verdad. Me gustaba ser diverso, un cuerpo extraño hecho de muchas especies. Las abejas que se alimentaban de mi también parecían ser mías, yo mismo, en fin, ya me entendéis. 

Tendido en las nubes, cubierto de flores, dormía y a veces cantaba a mi hijo. Dios estaba preocupado, mandó a Iria a mi lado a escuchar. 
Ella, bueno, en realidad Ello, pues también es parte de Dios y de mi, como yo de ella, pero tengo que explicarlo de forma que lo entendáis, así que "ella" venía de vez en cuando y evocaba los momentos más hermosos de nuestras vidas compartidas, todas las veces que nos amamos o amamos a los otros, las formas de amor que había experimentado cuando viajó con ellos o sola. Su corazón es un manantial de montaña, el agua que mana de él es pura, fresca, impetuosa. La forma de amar de Iria es como soltar un potro pequeño en una cristalería, tiene buenas intenciones, pero al final duele. Ama de golpe, sin reservas, sin pedir permisos, hasta las últimas consecuencias. Ama tanto que aprisiona. A veces me da miedo. 

Iria debió percibir mi miedo y por no molestarme, dejó de cantar. Además, por lo visto, había llegado el momento para ella de encarnarse. Había elegido la Tierra, un país llamado Canadá. Debía ser médico de la espalda o algo semejante. Amaría a dos mujeres, en dos continentes distintos, una de ellas tendría un hijo, que ochenta años después, al borde de la muerte, cambiaría el mundo. 

Si, yo lo sabía, pero no estaba preparado. La melodía de su corazón se volvió lejana, no es que estuviera lejos, estaba aquí al lado como siempre, en fin al lado no. Mas bien dentro de mi. 

Pero el hecho es que cuando uno se encarna, la música de su esencia deja de ser perceptible, se vuelve un poco opaca, como si la cantaran dentro de una de esas cazuelillas metálicas donde se calientan la sopa. La nostalgia de esa belleza es la que hace posible que "las almas viajen juntas", a veces uno se precipita. A veces uno se encarna cuando no debiera siguiendo la música de un corazón cercano. Cuando estas cosas ocurren, generalmente acabas en la Tierra, de nuevo en un vientre humano, formándote mientras te preguntas si vale realmente la pena volver a pasar hambre, miedo, frío y la certeza aplastante del tiempo lineal que uno tiene cuando es humano, y que acaba cortándote las alas. 

Claro que ninguna de estas cosas son accidentes, parece ser, o eso dice Dios, que supuestamente tiene un plan perfecto que se cumple con la participación de todos, por muy insignificante, penosa o absurda que les parezca su propia existencia. Y puede ser que lo sea, puede ser que realmente exista ese plan. En realidad, si. Ese plan existe. Y yo lo sé. Lo se... en fin, que lo sé. 
Lo sé por la cara que se le puso a Dios cuando me precipité, y siguiendo a Iria, me encarné sin venir a cuento.
En el último momento antes de cerrarse el último chakra sobre aquel óvulo, destinado a perderse, a morirse sin fruto alguno pude verle la cara, y no era buena, ¿sabéis? Daba mucho miedo mirarle, porque se le veía alerta, como si tu hijo de dos años de repente se sentara en el alféizar de la ventana de un quinto piso, con los pies hacia fuera, y se balanceara tranquilamente mientras se come un helado. Intenté saltar hacia afuera, antes de que uno de los dos espermatozoides que me rodeaban par se colaran adentro. 

En algún lugar cercano, dos mujeres discutían a gritos, esto me puso nervioso, me tensé, y después me relajé y fue entonces cuando sentí la descarga, la chispa de la vida, que anula la consciencia de ser una parte de un alma única e interminable, que borra los recuerdos de las vidas pasadas y los deseos que dieron origen a la que comienza. Sólo fui consciente del rostro de Dios, desencajado por el miedo, donde podía leer su pensamiento que básicamente sería algo así como:
"Este tocahuevos la ha cagado de verdad"
 




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