martes, 30 de diciembre de 2008

Crónicas del Volta


Pero no voy a hablar mal de mi casa. Porque llevo quejándome un montón de días y cada vez pasan cosas peores. Así que cambio el discurso por esta bonita afirmación:
"Tengo una casa, me encanta ver cómo se convierte en mi hogar"

Lo de "se convierte" no es al azar, porque deseo tener la sensación de que ocurre como por arte de magia, que de un modo natural los problemas se solucionan uno tras otro. Que encuentro una empresa barata que baja la lavadora por esos cinco tramos de escalera a un precio que me puedo permitir. Que funcionan las sucesivas fumigadas y desaparecen las cucarachas. Que me instalan el gas y puedo darme una ducha. Que alguien se viene a pintar los techos. Que sin esfuerzo vacío los altillos. Que Roberto me pone las luces en condiciones... y todo con suavidad, sin dramas...

Mientras tanto, entre mano de pintura y mano de barniz, me refugio en el Volta,  (calle Santa Teresa - Alonso Martinez) aparte de porque es de unos amigos, porque tiene sofás (y yo no), y he llegado a comprender que un sofá es algo necesario.
Tiene sofás y wifi y café cargado a la una de la mañana... tres imprescindibles para sentirse cómoda.

Pero además de eso, tiene gente, con sus historias, sus voces, sus manos... desde que me instalé en mi nueva casa la gente ha desaparecido, las únicas manos son las mías mezclando pintura y barniz, quitando clavos, cambiando brocas de taladro, poniendo ruedas y puertas, fumigando con esas dos maravillas que me vendieron en Manuel Riesgo (en la calle Desengaño - Callao) que recomiendo a todos los que anden desesperados con los insectos domésticos.

Me da la sensación de relacionarme sólo con objetos, hasta tal punto que las pequeñas cucarachas de mi piso empiezan a parecerme humanas. Me pregunto si tendrán personalidades distintas, y si acumulan rencor contra nosotros por los continuos genocidios que contra ellas perpetramos en cada casa. 

Recuerdo una historia de Neil Gaiman, "El Sueño de un Millar de Gatos"... y me pregunto qué pasaría si se alcanzara esa masa crítica de soñadores entre mis afortunadamente cada vez más escasas compañeras de piso...

Me pregunto qué estoy haciendo en Madrid, y vuelvo a desear estar en cualquier ciudad del mundo menos esta. Son días de aislamiento y desorientación... he perdido mi sueño de tener un hogar, porque se está realizando, el ansia ya no me espolea indicándome el camino a seguir. Ya no hay camino ninguno. Soy libre, y a mi, por lo visto, no me gusta la libertad. Es hora de buscar otro sueño que me empuje, me tiranice y me obligue a crecer. 


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